Por suerte o por desgracia, tenemos una tendencia natural a ser pesimistas. Esto es debido a que nuestra biología está preparada para intentar sobrevivir a toda costa. Por lo tanto, en un ambiente lleno de riesgos es mejor prevenir que curar. De esta forma, nuestro organismo tiende a preferir una actitud pesimista ante la adversidad ya que prevalece la prudencia.
El problema surge cuando estamos en un entorno que no sólo es poco peligroso, sino en el que este tipo de supervivencia ya no es un reto para nuestra especie. Hoy en día una persona pesimista no sólo tiene desventajas delante de los demás, sino que esta actitud puede llegar a pasarle una mala factura a su salud.
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